Ayotzinapa, los neoliberales y los derechos humanos en México
Octavio Paz, el gran pensador
liberal mexicano hablaba de la incurable otredad que padecía México. Para el poeta, la identidad mexicana se forjó
en esa lucha por ocultar lo inocultable, las tragedias y símbolos, los acervos
culturales indígenas, lo mestizo y todo aquello que no sonará a occidental de
primer mundo. Las clases dirigentes mexicanas han continuado en ese delirante
esfuerzo por ser parte de ese mundo dotado de racionalidad, progreso,
capitalismo y desarrollo, para eso, desde Salinas de Gortari hasta Peña Nieto
se han realizado una serie de reformas y tratados internacionales para colocar
a México en el primer mundo. El levantamiento zapatista arruino la epopeya
neoliberal salinista en la última década del siglo pasado, ahora, Ayotzinapa
hace lo mismo con Peña Nieto y sus últimas reformas neoliberales. El paseo
político del presidente reformador de México acaba de tropezar con ese México
profundo, con esos rostros que nunca se han pensado en occidente y que le dicen
aquí estamos, somos también la otredad de México.
La barbarie Ayotzinapa nos
devuelve a la violencia de los siglos, al genocidio inicial de los españoles en
contra de los pueblos originarios de Mesoamérica, nos lleva a los muertos y
muertas indígenas de las haciendas coloniales y a la segregación cultural,
económica y social lanzada por las élites independistas liberales y
conservadoras en contra de toda expresión humana que pudiera tener asignada
entonces la etiqueta de “indio”. Los indios e indias que recién en el siglo XX
alcanzaron un status discutible de ciudadanos y ciudadanos, de sujetos de
derechos y deberes. En ciertos estados de la federación mexicana ese racismo
multi dimensional persistió bajo nuevas máscaras y discursos. La nueva forma
modernizadora se enalteció en el mercado, se expandió en el discurso de la
globalización y permitió legitimar las impunidades estructurales que
recorrieron México desde la conquista hasta el siglo XXI.
Para los “modernos neoliberales”
los estudiantes normalistas de Ayotzinapa representaban esa otredad desafiante
y viva. ¿Cómo era posible que en el siglo XXI existieran sujetos que lucharan
por sus derechos ciudadanos y humanos? ¿Cómo era posible que no se resignaran
ante los designios del mercado y aceptaran ser unos simples consumidores? Su
terquedad cultural, sus acciones que “calentaban plazas y negocios” tenían que
ser sancionadas, los herederos del viejo comandante guerrillero Cabañas debían tener
su merecido y lo tuvieron. Un grupo de policías municipales los acribillaron a
tiros en primera instancia asesinando a tres de ellos e hiriendo a 17. Después,
en medio de la más absoluta impunidad se llevaron a 43 de ellos y los
desaparecieron hasta ahora, así como años antes, el ejército mexicano desapareció
a cientos de indígena y mestizos para acabar con la guerrilla de Lucio Cabañas.
La impunidad histórica nos estalló a todos y todas en la cara. Recién entonces
y sólo entonces la clase política se enteró de sus miserias y sus corrupciones,
de su modernización neoliberal fallida, pero ya era tarde. Esa plaza llamada
México está caliente y va tardar en enfriarse.
La tragedia de Ayotzinapa o de
esa gran fosa común llamado México -citando al Padre Alejandro Solalinde-, nos
ha permitido conocer un poco la fuerza ética de ese “otro” México, el de los
estudiantes, campesinos y ciudadanía de a pie, nos ha dado alguna esperanza en
medio de las más absolutas desesperanzas. Hoy en día no sólo están a prueba las
instituciones, hoy en día estamos a prueba como civilización, como sociedad
política y como ciudadanía. Hoy en día estamos decidiendo sobre nuestra calidad
humana y el dilema es ser ciudadanos o consumidores.
El primer reto ante tanta
barbarie neoliberal es hacer creíble ante nosotros y ante el mundo la realidad
que vivimos. Enunciarla y denunciarla. Hoy en día necesitamos un México
pletórico de activistas por los derechos humanos y contrarios a la impunidad.
Necesitamos simplemente salir de la ideología neoliberal.
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