La marcha de la esperanza y las
fosas clandestinas de la impunidad en México
La marcha de la esperanza y las
fosas clandestinas de la impunidad en México
Los alrededores de la ciudad de Iguala
se han convertido, ante los hechos exhibidos en los últimos días, en una
inmensa fosa común clandestina. Es un terrible monumento a la impunidad, a la
corrupción y a la narco política en Guerrero. Según datos conservadores, es probable
que existan en ese horror, sepultados clandestinamente, más de un millar de
seres humanos. La búsqueda de los 43 normalistas secuestrados por policías municipales
ha destapado un escándalo de consecuencias inconmensurables para la élite
política y económica mexicana. La razón es muy sencilla, Iguala es sólo un caso
más, de cientos y quizás miles de casos más existentes en México.
Iguala es el terrible reflejo de
una estructura política que durante décadas se dedicó a vivir asociada con el crimen
organizado, que se ha beneficiado de esa relación y que en muchas casos, como
Iguala, terminaron unidos en una simbiosis, dónde personeros del crimen
organizado lograron llegar a gobernar el municipio, pero hay decenas de
municipios más con la misma dinámica e incluso han logrado colocar a sus
miembros en los congresos locales y federales. Pero no sólo eso, han controlado
a las instituciones locales de procuración de justicia, dominado a las policías
locales y han destruido todo intento de libertad de prensa.
La quema del Palacio Municipal
hay que verlo en esa perspectiva, durante años se convirtió en el símbolo de la
represión, desde sus muros y escritorios, el alcalde Abarca, miembro del cartel
“Guerreros Unidos”, y militante del PRD hasta hace unas semanas, ordenaba
asesinatos, extorsiones y garantizaba el trabajo de su cartel de delincuentes.
Trabajó durante años en medio de la impunidad absoluta, era un miembro
destacado de la élite política guerrerense, su presencia era siempre requerida
en las celebraciones públicas de las instituciones de ese estado. Era norma
común verlo acompañado por diputados locales y por congresistas federales. Era
sin duda alguna un importante exponente del establishment guerrerense.
Desde esa tesitura estructural
hay que construir todas las explicaciones necesarias para comprender las
desapariciones de los estudiantes normalistas y entender también las decenas
fosas clandestinas que rodean a la Ciudad de Iguala. La impunidad fue
sistémica, la injusticia fue estructural y la corrupción inexplicablemente
total. Desde estas dimensiones se construyó una cultura política de la
banalidad del mal, de la cobardía cívica, de la derrota ética.
Las decenas de marchas del día de
ayer son un claro rechazó a todo lo expresado en el párrafo anterior, es el
fruto de una identidad fundada en la indignación y el hartazgo, es la posible semilla
de un nuevo México que desea mirarse en la vigencia absoluta de los derechos
humanos, es el asomo de una sociedad en movimiento que busca sus propios
sentidos de ciudadanías activas y rechaza esa idea de ser “beneficiados” por
sus gobernantes. La gente exige sus derechos y le ha dado una elegante bofetada
con guante blanco a esa minoría que cree poder seguir gobernando en base a unos
votos compramos o coaptados elección tras elección. La simulación democrática ha
llegado a su tope.
Los jóvenes, carne de cañón del
narco sistema político, han respondido, han gritado hasta el cansancio la
necesidad imperiosa de un estado de derecho real y no de papel. Ayer miles de jóvenes
demandaron el respeto al derecho a la vida.
El México que estamos viviendo es
terrible y hay que transformarlo. Los pasos de miles de ayer son la expresión
del camino. Son 43 de Ayotzinapa, son 45 sin nombre, son miles los asesinados y
desaparecidos, son miles las asesinadas y desaparecidos. Hoy hay una convicción
sobre el principal responsable y los y las manifestantes lo expresaron en el Zócalo
de la Ciudad de México con sus velas y Antorchas: Fue el Estado.